Sólo en un país devaluado la anormalidad política puede convertirse, sin provocar asombro , en un hábito. Ese riesgo habría empezado a disiparse el jueves por la noche cuando volvieron a sonar las cacerolas de protesta en muchas ciudades y pueblos argentinos. La nómina de aquellas anormalidades podría resultar inagotable desde que Cristina Fernández obtuvo su segundo mandato. E incluso antes. Pero algunos episodios, más que otros, no podrían ser soslayados.
El linchamiento público, por ejemplo, que el Gobierno ensayó contra el empresario Paolo Rocca, CEO de Techint, por su austera crítica a una faceta de la marcha económica. La ofensiva kirchnerista que por ley del Congreso quitó fondos al Banco Ciudad para transferirlos al Banco Nación. El Ciudad es la segunda entidad que más créditos hipotecarios otorga. El Nación le presta mucho al Estado y a los amigos del poder: dos conocidos empresarios patagónicos kirchneristas acaban de ser beneficiados con préstamos por $ 1.000 millones. El debate polvoroso desatado por el oficialismo, que encandila también a sectores de la oposición, sobre el derecho a voto de los menores de 18 años y extranjeros con dos años de residencia aquí. Coincidencia o no: ese proyecto ingresó en el Senado el mismo día que la Justicia desestimó dos denuncias de Amado Boudou contra el ex procurador Esteban Righi y el titular de la Bolsa de Comercio, Adelmo Gabbi. Había acusado a ambos por tráfico de influencias en el caso Ciccone que compromete al vicepresidente. Del voto de los menores se discute con ardor; el escándalo por presunta corrupción en la imprenta estatizada parece haber pasado a un segundo plano.
El recordatorio de las cosas raras que suceden podría transitar también las extravagancias y peligros. La reciente pelea entre el Gobierno nacional y el macrismo que tuvo como rehén al líder espiritual indio Ravi Shankar. Aquella murga carcelera que encabezó el director del Servicio Penintenciario, Víctor Hortel, ataviado de Hombre Araña, junto a presos comunes y homicidas. La celebración del Día del Montonero, auspiciada por la organización de Alicia Kirchner –funcionaria varios años de la dictadura en Santa Cruz– y por Nuevo Encuentro, de Martín Sabatella. La repetida presencia de la dirigente piquetera K jujeña, Milagro Sala, cerca de episodios de violencia. Esta vez, un misterioso asesinato.
No son menos extrañas las cuestiones políticas y de poder que, en público o en las sombras, también se vienen cocinando. Julio De Vido parece tramar maniobras destituyentes contra Daniel Peralta, su ex amigo. Al menos así lo cree el gobernador de Santa Cruz. El ministro de Planificación, vaciado en su gestión por Cristina, se ha volcado a otros quehaceres. No sólo se ocupa de Peralta. También, de minar a Daniel Scioli. Los últimos días habló con desenfado delante de un grupo de intendentes de la zona Norte del conurbano.
“Habrá plata y obras para ustedes si el año que viene están dispuestos a jugar con nosotros. Y se olvidan del gobernador” , los instruyó. De Vido avanza en la dirección que le impone el cristinismo sin fijarse en los detalles. Tampoco, en su irremediable fatiga. Hace poco, en una esquela reservada, le confesó a un amigo que deseaba irse. Pero que no puede. Estaría preso de la historia de esta década que protagonizó, desde un escalón de privilegio, junto al matrimonio Kirchner.
La reacción de Peralta pareciera acorde a las circunstancias que atraviesa el país. El gobernador no hizo para defenderse ninguna invocación a la sociedad santacruceña ni a sus instituciones. De hecho, no es un dirigente con cuotas generosas de popularidad. Quizá lo ayude su actual papel de víctima. El sistema está, en la mayor parte, en manos de sus adversarios. Peralta recurrió a una rueda de prensa de dos horas para denunciar el complot y, a modo de complemento, amenazó con quitarle en la provincia áreas petroleras al empresario K Cristóbal López.
¿Qué tendría que ver López con su estabilidad política? ¿Habría detrás de esa amenaza algún mensaje cifrado para la Presidenta?
El kirchnerismo se acomodó demasiado al submundo de la política.
Ese acomodamiento, tal vez, le impide interpretar con justeza las cosas de la realidad que suceden de otra manera.
Las cacerolas y la muchedumbre lo shockearon.
Cristina se recluyó en el silencio austral, una inconfundible señal de los Kirchner cuando la adversidad les duele.
Aunque las voces que se oyeron parecieron su propia voz. Juan Manuel Abal Medina habló de un supuesto estallido de “odio, insulto y agresión” como si un espejo estuviera devolviendo la imagen que el kirchnerismo construyó en esta década. Al jefe de Gabinete le agrada emparentarse con el progresismo y con la hipotética izquierda peronista. De esas corrientes, a veces, acertados o no, suelen emerger ricos matices de análisis. Llamó la atención la pobreza argumental y el descaro del funcionario. Otros peronistas, como los gobernadores Scioli y José Gioja, supieron reaccionar con mayor honestidad.
La protesta fue la más importante y espontánea del ciclo kirchnerista, por encima, incluso, de aquella del 2004 por la inseguridad a raíz del asesinato del hijo de Juan Carlos Blumberg. Las marchas del conflicto por el campo deben figurar en renglón aparte: se articularon a través de la defensa de un interés sectorial concreto, con activismo de la dirigencia agraria y opositora. La movilización del jueves por la noche, en Capital y el interior, se gestó por las redes sociales, por el boca a boca y los pocos medios de comunicación – tres sobre mucho más de un centenar– que difundieron el suceso apenas comenzó. Quizás ese registro, como pocas cosas, desnude con crudeza la verdadera intención del Gobierno, oculta en la ley de medios y su pregonada democratización de la palabra: acotar las imágenes y las voces distintas e imponer el monopolio de su relato.
También luego de las cacerolas y las marchas el kirchnerismo debería repasar uno de los muchos mitos que ha sabido edificar. Es innegable que Cristina captó a una franja numerosa de la juventud. Tan considerable como los cientos de miles que salieron a protestar por cuestiones básicas: más seguridad, menos mentiras, menos coacción del poder.
También, menos terquedad y soberbia.
El cristinismo le ha bajado el tono a la ofensiva por la reforma constitucional. Esa idea tuvo dos pecados de origen: nació en una coyuntura de cambio del humor social, verificado con el caceroleo.
Arrancó además a la oposición de una siesta placentera.
En torno al ensayo de la supuesta re-reelección surgieron coincidencias en la comarca opositora y la posibilidad de darle sentido político concreto a las legislativas del año que viene.
Aquella comarca se nutrió de otros actores para destemplanza del Gobierno. Hugo Moyano compartió una mesa con los radicales. De la Sota se exhibió junto a Mauricio Macri. Dirigentes que poseen poder fáctico (los sindicatos) y poder territorial. Convergencia también para cerrarle el camino a Cristina, si es que la mujer intenta perpetuarse. De los propósitos a los hechos existe todavía, sin embargo, un océano por navegar.
Eduardo Duhalde se entusiasmó con esa novedad. Armó un café con Macri para contarle su experiencia. El ex presidente fue determinante para que Carlos Menem no progresara con su pretendido tercer mandato consecutivo. Amagó en su época con una consulta popular en Buenos Aires. ¿ Por qué la oposición no podría repetir ahora ese plan juntando un plebiscito por la re-re con las legislativas del año que viene?
, le preguntó al jefe porteño. Pareciera un proyecto ambicioso para una oposición que recién se empieza a despabilar. El primer trazo en esa dirección lo querría dar Hermes Binner. Lanzó una campaña para juntar un millón de firmas, obligación constitucional imprescindible para promover un referéndum. Pero el dirigente socialista y su Frente Amplio Progresista están lejos de Moyano, oscilan frente al radicalismo, desconfían de De la Sota y reniegan de Macri.
El jefe porteño está de nuevo asistiendo a una discusión en su fuerza. Como sucede en el resto de la oposición, avizora que las legislativas podrían transformarse en una instancia crucial de cara al 2015. El dilema para Macri consistiría en construir su proyecto presidencial desde la administración o arriesgar con una postulación el año que viene.
“Debe salir de la discusión de los subtes y los baches si quiere expandir su influencia al ámbito nacional” , sostiene uno de sus dirigentes cercanos. Una fórmula posible sería postularse para la senaduría en Capital llevando a Gabriela Michetti en Buenos Aires. María Eugenia Vidal, la vicejefa, completaría su mandato.
Los opositores tampoco deberían distraerse en esas conjeturas y desatender el mensaje que también las cacerolas remitieron para ellos. Hay muchos ciudadanos hartos con el Gobierno pero huérfanos aún de una alternativa que conjugue liderazgo y proyecto atractivos. Esa impotencia fue, en buena medida, la que los condenó en el 2011 y catapultó a Cristina.
El Gobierno tiene oportunidad de cambiar y reinventarse para intentar sortear el mal momento.
Un momento que llega sólo 9 meses después del triunfo arrasador y la reasunción.
Pero requeriría de dos premisas: no insistir con un relato excesivamente divorciado de la realidad; explorar otros caminos políticos porque los desafíos son nuevos.
¿Será posible? La historia de Cristina y de su tropa haría prevalecer ahora el escepticismo sobre la esperanza.
Por Eduardo van der Kooy – CLARIN