Facebook
Twitter

Reconocer y atacar la inflación, la vía para salir del laberinto cambiario

 

La política cambiaria instrumentada en los últimos 5 años por el gobierno de la presidenta Fernández de Kirchner ha fracasado en su objetivo de frenar la inflación. Y adicionalmente ha generado muchas distorsiones en la actividad productiva, producto del atraso cambiario y del surgimiento de una brecha entre el mercado oficial y el paralelo, como consecuencia de los controles aplicados para evitar una significativa pérdida de reservas. El peso argentino es la moneda que más se ha apreciado en la región: un 33% desde diciembre de 2007, cuando asume la actual presidenta. Hasta mediados de 2011, eran varios los países que veían apreciar sus monedas porque el problema era la debilidad del dólar. Pero desde entonces, muchas monedas, entre ellas el real de Brasil, se fueron devaluando y revirtieron esa situación de pérdida de competitividad. Hoy estamos, en términos reales, a un 41% del real de Brasil y a un 32% del peso chileno. Esta apreciación cambiaria genera serios problemas de rentabilidad y competitividad en muchos sectores industriales y agroindustriales. Hoy la vitivinicultura en Cuyo está en dificultades, como las frutas del Valle, los aceites de la Rioja y Catamarca, la lana del Sur, los cítricos de Tucumán, el arroz de Corrientes, la yerba misionera y muchas otras economías regionales. También se ven afectados muchos sectores industriales, como el automotor, que exporta a Brasil y México, cuyas monedas se devaluaron frente a nuestro peso especialmente en los últimos 18 meses. Por otro lado, el incentivo a importar en lugar de producir localmente ha debilitado a muchos sectores industriales, y la inminencia de fuertes déficits comerciales obligó al Gobierno a racionar las importaciones, incluyendo insumos y bienes de capital. Estos controles fueron una de las razones del magro crecimiento que tiene nuestra economía desde fines de 2011. Adicionalmente, un precio muy bajo del dólar oficial hace muy atractiva la compra de divisas, o sea, la salida de capitales. La expectativa de seguir perdiendo reservas por más de US$ 2000 millones por mes llevó al Gobierno a fines de 2011 a introducir cupos de ventas y otros controles que finalmente se tradujeron en el llamado cepo cambiario . Como no podía ser de otra manera, los controles cambiarios generaron el resurgimiento, después de más de 20 años, de los mercados paralelos o blue, como se lo llama estos días. Estos controles le evitaron al Gobierno perder seguramente más de US$ 30.000 millones, y le permitieron continuar con su política de avestruz frente a la inflación. Pero una brecha del 50% entre el mercado oficial y el paralelo no le resulta gratis a la economía, por varias razones:

1. Alimenta expectativas inflacionarias. Los importadores de artículos de consumo aprecian sus mercancías muchas veces usando la cotización blue. Recrudece la expectativa de una devaluación a mediano plazo, porque ésa ha sido la experiencia argentina cada vez que convivimos con controles y brechas tan altas. .

2. Frena las inversiones. Los empresarios que tienen dólares legalmente comprados no van a venderlos en el mercado oficial para adquirir maquinaria u otras inversiones, como deberían hacerlo para evitar inconsistencias tributarias. La consecuencia son menores inversiones, como ya lo vimos en 2012, lo que debilita el modelo económico en vigor, basado en el estímulo al consumo como disparador de inversiones reproductivas. .

3. Deteriora la industria de la construcción. Al dificultar las transacciones de inmuebles usados y las inversiones en la construcción de nuevas unidades como alternativa de inversión, el sector, gran generador de empleo privado, está en recesión desde hace un año y medio. .

4. Debilita el balance de pagos. Si bien los controles evitan la rápida salida de reservas, la brecha, en los niveles actuales, incentiva un adelanto del pago de las importaciones y un atraso en la venta de bienes exportables. También desalienta el ingreso de capitales y hasta reduce significativamente los ingresos oficiales por turismo al país, mientras que abarata el gasto de argentinos en el exterior, en la medida en que tengan acceso al mercado oficial para ciertos gastos de sus viajes. Consecuentemente, se pierden reservas, mientras todos los demás países de la región las están acrecentando. .

¿Es muy alto $ 7,50 por dólar? En pesos de hoy, el dólar costaba en diciembre de 2007 exactamente $ 7,50, obviamente tomando la inflación real. Y estuvo en valores superiores a $ 6,50 hasta mediados de 2010, siempre en pesos de hoy.

Cómo salir del laberinto

Es posible salir de este laberinto cambiario sin mayores costos. Desde los años 70 estoy convencido de que la mejor política cambiaria es la flotación con incertidumbre, mediante la intervención errática del BCRA, pero que refleje la realidad del mundo de los negocios y las tendencias internacionales. Me opuse a los monetaristas que defendían la tablita de Martínez de Hoz y 15 años más tarde, desde el Gobierno, a los que proponían la nefasta idea de la convertibilidad. Las políticas cambiarias prenunciadas y previsibles, defendidas siempre por el Fondo Monetario Internacional, como fueron ésas, y también lo ha sido la actual desde 2007, son las preferidas por la especulación financiera y han posibilitado el surgimiento de inmensas fortunas a costa de las cuentas públicas, generando consecuentemente pobreza y más desigualdad. Cada vez que se usó la política cambiaria como un freno antiinflacionario, como ahora, y antes con Martínez de Hoz y Cavallo, se provocó atraso cambiario seguido de una maxidevaluación, lo que generó pobreza en ambas etapas. Lo ideal sería hoy volver a los equilibrios macroeconómicos que caracterizaron los primeros años del kirchnerismo y, consecuentemente, bajar muy gradualmente la inflación, y en ese contexto ajustar la política cambiaria volviendo a la que tuvimos en el BCRA hasta 2005. Aumentar el ritmo de devaluación del mercado oficial, como se está haciendo en los últimos 8 meses, puede ser peligroso porque, en la medida en que es anticipado por los operadores financieros, se elevan las tasas de interés, además de fomentar la retención de exportaciones. Por otra parte, devaluar más, gradualmente o de golpe, sin previamente contener la inflación, ni equilibrar las cuentas fiscales, se parece peligrosamente a las políticas que condujeron al Rodrigazo de 1975. Si el Gobierno, por razones políticas, no quiere admitir la inflación real y decide postergar cualquier modificación de política económica por lo menos hasta después de las elecciones, debería considerar la oficialización de un mercado turístico financiero que fluctúe libremente y que reemplace al actual mercado paralelo. Eso permitiría destrabar inversiones hoy frenadas por cuestiones cambiarias y tributarias, y facilitar las operaciones que hoy costosamente se disfrazan de movimientos bursátiles. Cuanto antes el Gobierno se decida a reconocer y atacar gradualmente la inflación y sincerar el mercado cambiario, mejor para todos los argentinos. De lo contrario, tendremos que esperar otros tres años para que la Argentina retome el crecimiento económico con igualdad, generando empleo de calidad y aprovechando las oportunidades que nos sigue ofreciendo el mundo..

Por Javier González Fraga, para LA NACIÓN