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Si no hay poder de decisión ni reglas claras, el cambio de ministro será sólo un maquillaje

Columna de opinión de la Sociedad Rural de Río Cuarto publicada en el suplemento Tranquera Abierta de diario Puntal.

 

 

La dura derrota que sufrió la coalición gobernante en las elecciones PASO precipitó los cambios en el gabinete, entre ellos el desplazamiento del ministro de Agricultura, Ganadería y Pesca, Luis Basterra, para permitir el regreso a esa función de Julián Domínguez, quien ocupara el cargo entre 2009 y 2011 durante la administración de Cristina Kirchner.

 

Más allá del resultado electoral, la salida de Basterra ya parecía sentenciada por una deslucida gestión de “manos atadas”, con lo cual nunca pudo convertirse en un interlocutor válido del sector agropecuario.

 

Se recuerdan las demoras y el incumplimiento –en numerosos casos- de la devolución de fondos a pequeños y medianos productores por la segmentación de las retenciones, tuvo que sepultar su pensamiento sobre la Ley de Biocombustibles frente al proyecto de Máximo Kirchner que baja el corte obligatorio para el bioetanol y el biodiesel, y terminó sucumbiendo (a veces enterándose por los medios de comunicación) ante las decisiones de una funcionaria de rango menor como la secretaria de Comercio Interior, Paula Español.

 

Ahora llega Domínguez, con más cintura política y mensajes que buscan endulzar los oídos: “No se concibe a la Argentina sin el campo y no se concibe al campo sin el milagro que han producido los productores de este país a los que siento el orgullo de conducir”, fueron sus primeras declaraciones en el Seminario Acsoja.

 

Ahí planteó su “disposición para trabajar para que Argentina pueda recuperar el nivel de sueños e iniciativas que pensamos hace 10 años cuando nos planteamos alcanzar las 70 millones de toneladas de soja”, al tiempo que valoró el aporte del sector no sólo en términos de ingresos sino en la innovación y la tecnología, que hoy son parte de la agenda global.

 

Muchas palabras y pocos hechos

 

Pero la dirigencia agropecuaria no se olvida de la anterior gestión de Domínguez, que llegó de la mano de Cristina Kirchner en el 2009 con el fin de restablecer el diálogo con el campo tras la histórica gesta por la resolución 125.

 

También en esa época pronunciaba discursos alentadores, pero no se plasmaban en la práctica: los programas “Maíz Plus” y “Trigo Plus” que iban a permitir una rebaja de las retenciones para los cereales nunca se aplicaron, como así tampoco el pretencioso Programa Estratégico Agropecuario.

 

El nuevo ministro tendrá la próxima semana el primer cara a cara con la Mesa de Enlace, que reclama la reapertura total de las exportaciones de carne, reglas de juego claras, una disminución de la asfixiante presión tributaria (incluye una rebaja gradual hasta la eliminación de las retenciones) y una ley de biocombustibles que atienda la matriz productiva de las provincias y no se subordine al lobby petrolero.

 

La gran incógnita es saber si Domínguez tendrá el suficiente poder de decisión y autonomía para avanzar en políticas previsibles para planificar el mediano y largo plazo. Nada parece depender de una persona, sino de un golpe de timón del Gobierno central, de un cambio de rumbo y de despojarse de la carga ideológica sobre el campo.

 

Si nada de esto sucede, la supuesta oxigenación del gabinete será un mero gatopardismo: “cambiar todo para que nada cambie”.