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La sequía y pérdida de producción tendrá un fuerte impacto más allá del campo.

La prolongada falta de lluvias que se extendió desde fines de 2021 a la primera quincena de este año en gran parte del área productiva central del país, combinada con una ola de calor histórica -por las marcas térmicas y la duración- tendrá secuelas irreversibles en la campaña gruesa en marcha. Porque además esas condiciones no se revirtieron totalmente en el período siguiente. El arranque de febrero no es auspicioso, más allá de las tormentas que se esperan para las próximas horas, que no dejarían gran caudal de lluvias; y marzo ya es marzo.
Pero las consecuencias no solo se limitarán a los productores que sufrieron en sus campos las severas inclemencias climáticas, sino que la onda expansiva está lejos de ser contenida.
En primer lugar tendrá un impacto fiscal importante porque habrá un deterioro en los ingresos por derechos de exportación que podrían ser compensados en parte por el alza de los commodities, justamente impulsada por la realidad productiva en Sudamérica, particularmente en Brasil y Argentina. Esto se dará en simultáneo con la necesidad del Gobierno de recortar el déficit fiscal si finalmente quiere avanzar en un entendimiento con el FMI.
Ayer, la Conab brasileña recortó casi 15 millones de toneladas sus expectativas de producción de soja con respecto a los cálculos de enero: pasó de 140 millones a 125,5. En nuestro país, la primera estimación de la Bolsa de Comercio de Rosario mostró ayer una baja de 5 millones de toneladas con un volumen final de 40,5 millones. Sólo esa diferencia implica 160 mil viajes menos de camiones con la oleaginosa. Combustible, cubiertas, salarios, comida en paradores y varios etcéteras menos que tendrá esta campaña con respecto a lo que se esperaba. Todo eso a su vez tributa al fisco, por ejemplo a través del IVA, Impuesto a los Combustibles o Ganancias. Tranquera adentro habrá menos servicios de cosecha y de nuevo, menos gasoil y pago de las prestaciones que a su vez retraen la posibilidad de renovación de maquinaria.
Las casi 5 millones de toneladas menos que a esta altura se estiman para la Argentina implican en valor bruto casi 3 mil millones de dólares. Buena parte de ese monto se escurriría entre los embudos tributarios y las distorsiones que generan las repetidas intervenciones del Estado.
El resto movería una economía que necesita máxima lubricación de recursos mientras languidece a la espera de un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional y luego un plan que marque un horizonte hacia donde caminar. Hoy todo eso no está. Tampoco los dólares necesarios para sostener en funcionamiento sectores vitales como la industria, que requiere de divisas para importar materias primas y capital de trabajo, algo que por estas horas es cada vez más dificultoso y pende de un hilo.
En ese contexto, que el principal generador de dólares del país esté atravesando un momento de severa dificultad suma signos de interrogación al escenario económico de 2022 en el país. Muchos especularon esta semana en que desde la Casa Rosada esperan un puente para llegar hasta la cosecha y mejorar el delicado estado de las reservas del Banco Central. Pero esa próxima parada no tendrá las bondades que se esperaban: habrá menos dólares que los calculados y menos pesos circulando en todos los pueblos y ciudades del interior, que motorizan sus economías a partir del movimiento agropecuario: un almacén, un corralón, una concesionaria, una tienda. En un contexto de asfixia total de la economía, el encargado de oxigenarla también está en problemas.