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Un diagnóstico errado no puede generar tratamientos efectivos.

La guerra contra la inflación, tal como la definió el presidente Alberto Fernández, que comenzará a partir de hoy, tuvo su anuncio con un mensaje que no invita a tener demasiadas expectativas de resultados positivos.
El mandatario habló de dos razones centrales que llevaban a los precios a escalar sin pausa: la especulación y la guerra del Mar Negro. Los dos tienen un factor en común: pone la responsabilidad fuera del gobierno y este, en todo caso, es quien debe ingeniárselas para remediarlo.
El mensaje de Fernández se dio pocas horas antes de que se conociera el nivel inflacionario de febrero, que evidentemente el Presidente ya sabía de qué se trataba. Para el resto fue sorpresivo porque, si bien se esperaba un valor alto, hasta las consultoras privadas lo ubicaban en torno al 4% en el peor de los casos. Fue 4,7% con el agravante de que los alimentos treparon 7,5%. El valor mensual es de los más altos desde 2017 y la tendencia claramente es alcista. Otra vez el acumulado anual superó el 52%.
Es cierto que los dos factores mencionados por Fernández pueden incidir en los precios, pero de ninguna manera lo pueden hacer de forma estructural y sistémica. La especulación no es propiedad exclusiva de la Argentina ni tampoco de este tiempo. Existe en todo el mundo y estuvo presente hasta cuando los precios estaban estables y no había inflación. Claro que a río revuelto puede exacerbarse, pero en todo caso será un complemento.
Por otra parte, el impacto de la guerra también es innegable y está provocando efectos inflacionarios en todos los países por dos vías: las commodities y alimentos, y la energía con el alza del petróleo y el gas. Dicho esto, vale la pena remarcar que el movimiento de precios internos de febrero poco tiene que ver con el inicio de la guerra, ya que los ataques rusos se dieron dentro de la última semana del mes pasado. Y en segundo lugar, el efecto en otros países llevó a que tengan problemas de inflación del 7 u 8 por ciento anual, cuando venían de tasas que eran la mitad de esos valores.
El otro punto a considerar es que el Gobierno se centra casi exclusivamente en lo que ocurre con los alimentos y nada dice del resto de los bienes y servicios que se encarecen al mismo tiempo. No es un desajuste circunscripto al rubro “Alimentos y bebidas” que mide el Indec. Es un problema estructural. De hecho, en los últimos 12 meses el rubro que más aumentó fue “Prendas de vestir y calzado” con el 67,2%. Le siguieron “Restaurantes y Hoteles” (64%) y Educación” (60,4%). Luego aparecen los alimentos con el 55,8% y muy cerca “Transporte” (55%) y “Salud” (53,1%). Es lógico que el Gobierno tenga como prioridad los alimentos, pero no va a encontrar la solución de fondo dedicándose exclusivamente a combatir la inflación de ese rubro. Lamentablemente el problema es mucho más abarcativo.
Por eso, en un segundo orden, en el de las medidas frente a la problemática, es que el Gobierno también evidencia dificultades. Insiste con recetas acotadas y de probado fracaso en el pasado en vez de actuar de manera integral y sostenida. Confunde el diagnóstico y aplica malas herramientas. Cree que promocionando 7 cortes de carne baratos en algunas bocas de expendio cerca del Obelisco o creando un fideicomiso para “desacoplar” los precios del trigo y que no impacten en la harina logrará revertir la situación. Lo cierto es que a esta altura, aún regalando el trigo a los molinos, la harina seguiría subiendo, porque el resto de los costos de producción continúan en alza. No se puede tapar el sol con las manos. El Presidente tendrá una oportunidad más de enfocar seriamente un problema creciente y de fuerte impacto social. Ojalá cambie el diagnóstico y la receta.