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Un final con resultado previsible pero que resulta inquietante

Los cálculos de laboratorio que se realizaron en los despachos oficiales en los últimos meses proyectando el flujo de dólares que iban a ingresar a la economía para hacer frente a la demanda de divisas, que del otro lado del mostrador se reclama para mantener en marcha a la actividad económica, se dio de bruces con la realidad que rápidamente desajustó todas las previsiones y muestra un angosto desfiladero que debería obligar a cambiar los métodos de proyección del Gobierno.
Ante la marcada escasez de reservas, el equipo económico decidió jugar la carta del “dólar soja” que significó un incentivo que recibió una reacción positiva al superar incluso las expectativas iniciales de liquidación de granos. Esa inyección iba a permitir alcanzar el puente de la fina que conduciría luego al primer tramo de la cosecha gruesa para desembocar finalmente en el período de mayor aporte de dólares del sector agroindustrial que se concentra en el segundo trimestre de cada año. Todo cerraba.
Pero esa misma estimación muestra la ausencia de conocimiento de los riesgos que afrontan a cada momento los productores en su labor diaria. Y no sólo por las erráticas políticas agropecuarias, sino especialmente por las condiciones climáticas ya que se trata de una producción a cielo abierto expuesta a todo tipo de inclemencia. En particular, en este 2022 la situación fue más que adversa. Desde el amanecer del año, una profunda ola de calor azotó a todos los cultivos con temperaturas que se mantuvieron durante muchos días en niveles pocas veces vistos combinada con ausencia de lluvias. Y aunque las precipitaciones luego llegaron, las pérdidas fueron inevitables y se profundizaron por las heladas tempranas del último día de marzo. Mas tarde, con el otoño, llegó un período de sequía que aún se extiende y que recuerda la presencia por tercer año consecutivo de La Niña, un acumulado que golpea con dureza a los productores y sus actividades. Con la primavera avanzada, y amplias zonas de Córdoba que mostraban un déficit hídrico en el año de 200 milímetros, llegó un golpe más: las heladas tardías que para aquellos que habían implantado trigo, de fuerte recorte en superficie este año por esas mismas condiciones climáticas, fue el golpe de gracia. Todo eso impactó no sólo sobre los cultivos que ya están en los campos, sino que además retrasó la implantación de verano y aún hay muchos productores que, pese a las precipitaciones del último fin de semana, dudan en lanzar la siembra porque los pronósticos de lluvias no son significativos para las próximas semanas, a pesar de los anuncios para este sábado y domingo.
Lo cierto es que el panorama, más allá de lo productivo, ya anticipa una merma en los recursos que el sector -el principal aportante de dólares genuinos de la economía- inyectará en 2023. Esto va en línea con lo que las principales cámaras empresarias de Córdoba reunidas en el G6 plantearon esta semana: si al cuello de botella de acceso a la importación de insumos se agrega el preocupante pronóstico de la cosecha de granos por efecto de la sequía, tenemos que las restricciones de divisas se agravarán aún más y habrá mayores dificultades para producir.
Frente a ese panorama no hay una señal contundente del Gobierno de estar cabalmente ajustado a la realidad y activando medidas que actúen de manera anticipada ante un escenario cada vez más complejo, pero previsible (sin tener en cuenta imponderables o tensiones más profundas derivadas de la guerra en Ucrania). A esta altura sólo hay una certeza: los ingresos serán menores, la Argentina tiene un compromiso de reducir su déficit y el gasto deberá transitar un agitado año electoral con una inflación amenazante.