Entre las múltiples enseñanzas que dejó el papado de Francisco hay una que significó un contraste significativo con la escena previa a que Bergoglio fuera declarado la máxima autoridad de la Iglesia: la conexión con sus fieles. Hasta allí había una sensación de que la distancia entre la conducción de El Vaticano y sus seguidores se iba desgranando. Se escribió mucho sobre ese complejo desafío que atravesaba una institución con más de 2 mil años de historia.
Plagado de gestos simples, de humildad, con una mano tendida siempre a los más desprotegidos y una prédica que iba alineada a una acción coherente, Francisco fue levantando una nueva imagen de la Iglesia católica en el mundo. Fueron apenas 12 años sobre una historia de 2 mil en la que no fueron pocos los momentos en los que la conducción entró en una deriva.
El ejemplo básico de estar identificado con los representados, profundizar la empatía, conocer sus necesidades y perseguir su bienestar resulta de una lección sorprendente en un mundo que parece girar en sentido contrario. Y en donde hay una falsa sensación, que incluso contradice la base más primitiva del hombre, de que existe la salvación individual, relativizando la organización y la comunidad.
Francisco también mostró que las instituciones fueron y son valiosas. Pero que esas instituciones deben tener en claro a quiénes representan y trabajar por el interés colectivo de esa comunidad. Sin atajos, con perseverancia. Y quienes ocupan un lugar de representación, deben ejercerlo siempre en línea a los intereses de sus representados y no transformar esa ocasional oportunidad en una herramienta para el beneficio particular.
Tal vez que Francisco haya sido argentino le agrega a esa condición una significancia particular donde tantas veces se observaron ejemplos a contramano de su prédica y acción.
Esto no sólo puede ser un ejemplo para la alta esfera política, sino más bien debe servir como brújula para guiar los pasos de toda institución y todo representante. Desde una cooperadora a un primer cargo de gobierno. Porque los cambios no sólo se dan desde la cúspide.
En cada metro cuadrado se puede actuar. Por eso vale destacar que las conducciones nacionales de los productores argentinos que están representados en las cuatro entidades agropecuarias de la Mesa de Enlace, hayan decidido iniciar juntas una serie de reuniones en distintos puntos del país, donde la producción muestra caras tan variadas como apasionadas.
El lunes será el primer encuentro en Córdoba, uno de los lugares con más potencia productiva del país. Una provincia que se posiciona como la principal productora de maíz y maní, alterna el liderazgo en soja, tiene uno de los rodeos vacunos más voluminosos y construyó un entramado agroindustrial de los más destacados de Argentina.
Es necesarios siempre tener el oído atento a escenarios como Córdoba. Suele ser uno de los termómetros que además de marcar temperaturas, anticipan tendencias, humores, necesidades. Que los dirigentes de la Mesa de Enlace hayan puesto en primer orden a la provincia no debe ser considerado mera coincidencia. Y debe ser valorado. Porque la Mesa de Enlace expresa, desde los inicios en 2008, la potencia de la unificación, más allá de las diferencias. Algo que también puede considerarse como modelo. En aquel comienzo fue la unión ante el espanto, pero después se lograron construir lazos que mostraron que juntas, las entidades podían representar mejor y obtener más beneficios para los productores del país. Porque la organización es más que la suma de las partes. O, como decía Francisco: el todo es siempre superior a las partes. Por eso existen las instituciones.
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