El anuncio por el ingreso de carne desde EE.UU. generó controversias sobre su impacto en la actividad, pero también sacó a la luz otros reclamos clave para el crecimiento.
Luego del crecimiento que registró en los últimos años, en parte al resguardo de los menores precios internos del maíz, como consecuencia de las retenciones y la política de intervención del gobierno anterior sobre la carne vacuna, la cadena de producción porcina está en un punto de inflexión. Aspira a seguir en crecimiento mientras en su interior se abrió el debate por la apertura del mercado argentino para la carne de cerdo proveniente de los Estados Unidos, principal exportador mundial del rubro, y afloran reclamos por las políticas para la actividad.
Después de que el gobierno anterior limitó en sus últimos años las importaciones de carne de cerdo, ya aumentaron más del 70% en los primeros siete meses de 2017 versus el mismo período de 2016. Hoy rondan una participación del 11% en el consumo local, mientras que en 2015 era del 3%. Para el Ministerio de Agroindustria de la Nación, ese porcentaje está por debajo de la participación histórica de las importaciones en el consumo. El 85% de las importaciones proviene de Brasil y un 15%, de Dinamarca.
Respecto de las importaciones desde EE.UU., una de las preocupaciones es el temor al síndrome reproductivo y respiratorio del cerdo (PRRS, según sus siglas en inglés), que no afecta a los humanos, pero que genera problemas reproductivos en las cerdas y crisis respiratorias en lechones y cerdos en crecimiento, con las consecuentes pérdidas económicas y productivas. La Argentina es uno de los pocos países en el mundo libres de ese mal, junto con Australia, Brasil, Finlandia, Nueva Zelanda y Noruega.
Una delegación del Senasa viajará el lunes a los Estados Unidos para auditar establecimientos y plantas de faena. Observará que se cumplan los protocolos sanitarios previos a la autorización de la apertura formal del mercado. Desde el Ministerio de Agroindustria no se muestran preocupados, ya que, dicen, para que la Argentina sufra un brote debería ingresar carne infectada, que, a su vez, tendría que ser ingerida por los propios cerdos locales. “Si el Senasa controla y hace lo que tiene que hacer, el riesgo es casi cero”, coincidió Juan Manuel Bautista, gerente comercial de Agroceres Pic, una empresa de genética porcina.
Por otro lado, las importaciones desde los Estados Unidos tendrían un arancel de entre el 10 y el 16% según el corte, lo que impondría una traba comercial adicional. “Hay que ver si les conviene vender a la Argentina”, afirman en despachos oficiales de Agroindustria, buscando amortiguar el impacto de la medida.
Mercados
Para Gustavo Lazzari, presidente de la Cámara Argentina de la Industria de Chacinados y Afines (Caicha), la importación desde los Estados Unidos es complementaria de la producción local y no sustitutiva.
“EE.UU. tiene más de 150 mercados abiertos en el mundo, tendríamos que pagarles más para que vengan con sus productos acá, ya que exportan a mercados premium. La bondiola, por ejemplo, no existe en EE.UU., ya que la dejan pegada a la paleta. No creo que la diferencien sólo para la Argentina”, explicó.
Igual, la futura presencia en el mercado local del número uno en la exportación mundial generó rechazos, entre otras entidades, desde la Federación Agraria Argentina (FAA).
En este contexto, otro de los reclamos del sector privado es por la importación de carne congelada que se vende en el mercado interno como carne fresca. En esto alertan por los peligros que acarrea la ruptura de la cadena de frío. Sobre este punto, en Agroindustria están trabajando con la Secretaría de Comercio para implementar cambios en el etiquetado con el fin de que los rótulos muestren si un corte fue descongelado. Hoy lo único que se explicita es la fecha de elaboración. En la producción también hay voces que piden que sea obligatorio declarar el país de origen de la carne.
La lista de reclamos sigue. En la Asociación Argentina de Productores Porcinos (AAPP) se quejan, además, por el ingreso de cortes como la bondiola de Brasil. Argumentan que baja el precio al productor argentino, ya que la importada de ese país rondaría un valor de $ 60 el kilo, contra los $ 75 de la nacional. Pero es una diferencia que no tendría un correlato en los precios al consumidor. En este sentido, el presidente de la AAPP, Juan Uccelli, acusa a los supermercados de “hacerse la diferencia” con éste y otros cortes importados. Por esto presentaron una denuncia en la oficina de Defensa de la Competencia.
Hay productores a los que esto no les preocupa. Lo ven como el inevitable juego de la oferta y la demanda, además de una necesaria integración de la res según los gustos de cada país. Se estima que hoy la bondiola brasileña abastece el 35% del consumo local de este corte.
Proyecciones
En la actualidad, el precio de la carne de cerdo en el mostrador es alrededor de un 20% más barato que el de la vacuna. Señalan que ése es el margen que permite que la actividad crezca y que si se achica esa diferencia se frena la venta de cerdo.
Uccelli pronostica un crecimiento de la actividad para los próximos 15 años similar al que tuvo en los últimos 15, cuando la producción se multiplicó por 3,5 y pasó de 180.000 toneladas anuales a 630.000. En una actividad donde el 60% del costo de producción es la alimentación, las retenciones jugaron su parte en esta historia. En especial cuando el maíz significa el 60% de ese costo, es decir, un 36% del costo total de producción.
El crecimiento que se prevé tendría que estar atado a un sostenimiento del precio de la carne vacuna por los mercados externos para este producto. El crecimiento también tendría que venir con la incipiente venta externa de carne de cerdo.
Mientras se espera más producción, el consumo interno crece. En 2002 era de apenas cuatro kilos por habitante por año, de los cuales sólo un kilo era carne fresca. Hoy el consumo llega a los 17 kilos por habitante, con 14 kilos de carne fresca.
La actividad es rentable, dicen los productores. Pero hay quejas y las hacen los más chicos, muchos de ellos en la FAA, que reclaman un plan porcino nacional con fondos para incentivar el asociativismo, ganar más escala, eficiencia y tener una posición de mayor fortaleza frente a los frigoríficos.
En lo que sí están todos de acuerdo es en la necesidad de competir en igualdad de condiciones con el resto del mundo.
Limitantes que no ayudan al despegue
Entre los reclamos que hay en el sector está que se autorice el uso de ractopamina, un promotor de crecimiento que algunos países no aceptan, pero que usan Brasil y los Estados Unidos. Su uso no está regulado en el país. Como se le daría al cerdo a través del alimento balanceado, el mismo que muchas veces se usa para el ganado vacuno y cuya carne debe exportarse a los principales mercados sin ractopamina, en el Ministerio de Agroindustria son reticentes a regular su uso para cerdos. Cualquier cruce entre alimentos de cerdos y vacas podría hacer que la Argentina pierda mercados vacunos muy preciados.
Por otro lado, la cadena pide mejorar la competitividad. Es unánime la queja por la alta carga tributaria, los impuestos distorsivos -como Ingresos Brutos y al cheque-, los caminos que no dejan sacar la producción por la lluvia y los infinitos trámites y requisitos de información que se deben cumplimentar ante diferentes organismos. Sobre todo si se pretende seguir abriendo mercados externos.
Mientras todos estos puntos figuran en la agenda, en la cadena parece que no han descuidado el léxico. En rigor, desde hace algunos años la palabra “chancho” comenzó a ser expulsada del léxico que emplean los miembros del sector. De a poco, todos sus integrantes dejaron de referirse al animal como chancho y, como si fuera una mala palabra, este término se borró del discurso. Hay algunos dirigentes que hasta se ofenden cuando alguien osa colar un “chancho” en la conversación. La explicación más frecuente es la necesidad de cambiar la connotación negativa que antes tenían los chanchos y los chiqueros, como lugares sucios y faltos de higiene, por la referencia a una producción limpia, moderna y eficiente, que curiosamente estaría dada por las palabras “cerdo” y “porcino”. Pero la Real Academia Española acepta la palabra chancho como el equivalente americano de cerdo, a pesar del esfuerzo por enterrar el término que nombra un animal, que tiene así, quizá como ningún otro, tres denominaciones diferentes.
María Martini, para LA NACIÓN