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Ordenar las cuentas y potenciar la producción para dar vuelta la página

La Argentina no está en un estadio en el que requiere de grandes sutilezas o complejas recetas que reclamen grandes dosis de originalidad. Más bien todo lo contrario. Dado el estado de cosas, y del profundo deterioro que atraviesa el país, la reconstrucción obliga a principios elementales, que no por obvios son menos eficientes para la gravedad del momento.
Tomando distancia de los enredos frecuentes e inútiles en los que, especialmente, la dirigencia de la mayoría de los sectores cae en forme reiterada, puede observarse con mayor nitidez qué es lo que la Argentina necesita para empezar a dejar atrás uno de los momentos más opacos de su historia.
El país llegó a un punto en el que no tiene la más mínima lógica de funcionamiento, y muchas de las cosas que marchaban bien dejaron de hacerlo, al tiempo que hay una naturalización exasperante de ese declive sistemático. Superposiciones, trabas, contradicciones y deficiencias se multiplican en todos los ámbitos. No es difícil imaginar que es imperioso iniciar un ordenamiento con el objetivo de facilitar el día a día, no sólo de los que producen o invierten, sino de todos los argentinos. El próximo gobierno deberá tener la capacidad, desde el primer minuto, de empezar a derribar las vallas que fueron levantando las últimas gestiones.
Ese ordenamiento deberá tener un capítulo central en el Estado, en sus tres niveles. Buena parte de la superposición de roles, trámites, cargas, impuestos, hacen inviables proyectos e iniciativas que bajo otras condiciones podrían generar riqueza y empleo de calidad en todo el país. Sólo con desmalezar el tránsito de obstáculos ya sería un buen punto de partida.
Por supuesto que el capítulo impositivo nacional no tiene una razonabilidad sistémica sino que fue un edificio que se construyó sobre las necesidades coyunturales y sin planificación integral. Simplemente superponiendo decenas de impuestos con el solo fin de generar ingresos para cubrir un gasto fuera de control. Ese castillo de naipes hoy tambalea porque con toda la batería impositiva aún hay déficit. Y más allá de la creatividad probada por generar nuevos gravámenes, parece que el sistema llegó al límite de la viabilidad y está ante un peligroso abismo. No hay posibilidad de seguir en esa dirección sin caer al vacío. Argentina tiene que desandar parte de su recorrido para retomar el camino de la prosperidad, de un horizonte que conduzca a cada paso a una mejor calidad de vida. No es insistiendo con las mismas recetas.
Hoy, ante la oportunidad de elegir un nuevo presidente en pocos días más, el convencimiento mayoritario de la necesidad de tener cuentas ordenadas por la imposibilidad de nuevos endeudamientos y la peligrosidad de acelerar más aún la emisión monetaria, muestra a los dos candidatos prometiendo avanzar en ese camino del déficit cero. Pero además, esa presión de la opinión pública, que ahora sí asocia emisión sin control con inflación, hizo que se dejaran de buscar tangentes conspirativas y se centrara más la mirada al interior de la gestión gubernamental. Ya no hay dudas de que en materia inflacionaria no hay remedios si se corre detrás del problema con programas como Precios Justos. Y tampoco hay dudas ya de que la Argentina necesita evitar los enfrentamientos con quienes producen riqueza porque el resultado apabullante fue el del crecimiento de la pobreza.
Orden, equilibrio fiscal, austeridad en el gasto, apuesta por los sectores productivos, en particular el campo, la agroindustria, las energías, la minería, la economía del conocimiento, la pesca, que pueden ser motores complementarios para que la Argentina, con mucho esfuerzo y trabajo, pueda salir adelante más temprano que tarde.