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Una oportunidad única para evitar una pérdida generalizada

Mientras la campaña gruesa continúa en la recta final, no sin sobresaltos por condiciones climáticas en muchas regiones productivas del país que impiden el ingreso de las cosechadoras o la aparición de plagas como el caso de la chicharrita en el maíz, se avecina rápidamente un nuevo ciclo de la fina, en una muestra más del giro constante que implica la actividad agrícola en la que una etapa concluye con el inicio de otra.
Pero si bien los rindes están alcanzando niveles naturalmente más elevados que los del año pasado, signado por una de las peores sequías de la historia, los resultados económicos no son lo bueno que se imaginaron al comienzo de la campaña.
Es que entre que el productor sembró y empezó la cosecha, la ecuación económica sufrió un fuerte cimbronazo por los dos platillos de la balanza: el de los ingresos y el de los costos. El primero, con valores de los granos planchados y alicaídos; el segundo, con un fuerte incremento, en particular de los insumos. Por eso, más volumen de producción no implicará en muchos casos mejores resultados económicos.
Esa es la foto actual, pero lo más preocupante es el futuro inmediato, con una campaña de trigo por delante y valores que ni de cerca se aproximan a brindar márgenes de rentabilidad aunque sea austeros para aprovechar la disponibilidad de humedad en muchos suelos y alentar la siembra. Las primeras estimaciones de implantación de trigo muestran una caída significativa en provincias como Córdoba, con apenas 800 mil hectáreas que tendrían al trigo como protagonista de los próximos meses, según la primera estimación de la Bolsa de Cereales de Córdoba.
¿Qué factores influyen en la escasa intención de siembra? La rentabilidad esperada por la combinación de precios y costos, lideran los argumentos. Después se suman condiciones del suelo y el pronóstico de Niña.
Dado ese contexto se vuelve imperioso reaccionar a tiempo. Eso implica en primer lugar buscar incentivos para que los productores decidan en breve apostar por el trigo. Y se vuelve una necesidad imperiosa porque el calendario corre y la ventana se cierra.
Y como ocurre siempre, el productor no necesita subsidios por parte del Estado para ponerse en marcha. Pero sí requiere que ante condiciones como las actuales haya una señal inequívoca como la de quitar presión tributaria para transformar la pérdida para todos que implica el actual status quo por un “win to win” o ganar-ganar. No hacer nada en este marco es una mala opción. Las cifras de hectáreas por sembrarse con trigo muestran un recorte significativo. Eso es menos actividad económica, menos trabajo, menos inversión, menos impuestos. Aunque parezca una paradoja estamos ante el típico escenario de que menos puede ser más: si se quitan tributos, puede incentivarse la actividad generando mayor recaudación para el Estado y mayor riqueza económica. Un gana-gana.
Por eso, es imperioso y urgente que el Gobierno, ante esto, decida sin demoras la eliminación de las retenciones al trigo, que hoy tributa una alícuota del 12%. Quitarlas permitirá agrandar la torta, porque le podría devolver rentabilidad a un cultivo que hoy no la tiene y que por lo tanto no será una opción mara muchos productores en estos meses.
Además del plano económico, el Gobierno avanzaría en el cumplimiento de una promesa de campaña referida a la eliminación de retenciones apoyada sobre una premisa general que planteó de bajar carga tributaria en términos generales. El presidente Milei lo volvió a plantear esta semana cuando habló en cadena nacional sobre las cuentas públicas. Dijo que venía la etapa de bajar impuestos. En el caso de las retenciones al trigo, deberían ser prioridad.