Facebook
Twitter

Después de la inundación, “recuperar los campos tendrá un alto costo económico y social”

Para el ingeniero José Marcelino, cuando se vaya el agua comenzará un proceso que llevará muchos años y grandes inversiones. Y que no será posible “sin un trabajo interdisciplinario, porque no sabemos con qué nos encontraremos”

El ingeniero José Marcelino, productor cooperativista, docente universitario y ex jefe del INTA Río Cuarto, es uno de los profesionales que desde hace años viene predicando sobre la necesidad de aplicar las buenas prácticas agropecuarias y sobre la falta de una política de recuperación de la infraestructura provincial que permita afrontar emergencias como la que hoy afecta a tantos productores y pueblos del centro – sur de Córdoba.

En diálogo con PUNTAL Tranquera Abierta, Marcelino expresó su preocupación por lo lento y difícil que será el proceso que permita volver a los campos productivos, porque hay que esperar a que se retire el agua para ver en qué estado quedarán los suelos.

“Realmente es muy penoso estar hablando de estas cosas, pero yo creo que esos 20 años serían un piso, porque lo que nos está pasando es una catástrofe. Se trata de un evento de una magnitud tan grande como inesperada, sobre todo por las regiones donde se ha dado. Aludes como el de Tilcara, cuando se corrió el Dakar; otro muy poco mencionado que fue el de Las Lajitas, donde cayeron 400 mm en dos días; lo que está pasando en gran parte de nuestra provincia, en Comodoro Rivadavia, en Tucumán, ahora en Mendoza, lo que se viene con el río Dulce. Yo creo que no es sólo un drama para el campo sino para toda la sociedad. Creo que aún no se ha tomado dimensión de lo que esto significa. Por ahí se piensa que es sólo un problema del hombre de campo”, manifestó.

-Se carga mucho la responsabilidad en el productor, por la siembra directa.

-Si, pero hay que pensar que el productor hace lo que puede y sabe hacer, y que gran parte de la producción regional se vuelca en la región. La venta de vehículos, el impulso que tuvo la construcción con los famosos “ladrillos de soja”, los pueblos de la región son “campo dependientes” y en estos días se han cerrado 10 tambos en el sureste provincial, quedando 25 familias sin trabajo y que es gente que estaba capacitada para la lechería y no para otra cosa. Qué harán, de qué vivirán. Es realmente un drama social.

-Y hay que ir viendo qué hacer cuando el agua se vaya.

-Si, y no nos queda otra que esperar que el clima vuelva a ser el que conocíamos, que esa sería nuestra hipótesis de máxima, la más positiva, ya que el futuro es muy incierto y los climatólogos nos están diciendo que se esperar un futuro bastante húmedo.

-Qué es lo que habría que hacer, en ese caso.

-Siempre se piensa a mayor escala y el último escalón se lo deja para el interior del campo, el trabajo a nivel predial, que es lo que la provincia está impulsando, porque ya no podemos esperar que las aguas estén bajando. Hay que pararlas donde caen.

  -Hay que crear conciencia.

-Así es, como dice Javier Rotondo, el presidente de la Rural, hay que ser productivamente sustentable y socialmente integrado, porque no sólo hay que pensar en producir bien sino en hacerlo cuidando el ambiente y teniendo como meta el bienestar de toda la sociedad.

-¿Y técnicamente?

-Bueno, en la universidad tenemos muy buenos laboratorios de suelos y por ahí, precisamente, hay que comenzar a trabajar, porque la capacidad de intercambio de cationes se ha perdido totalmente y la capacidad de aireación del suelo también ha quedado anaeróbica, bajo el agua. Además, cuando cambia tanto el pH del suelo, se puede llegar a la inmovilización del fósforo y habría que volver a la época de las enmiendas, hacer enalado, recuperar pH. No sabemos qué pasa con el azufre, con el boro y otros micronutrientes como el cinc, del que ha había deficiencias en los campos y no sabemos qué pasará ahora. Es un desbalance muy grande que sólo se podrá corregir con un trabajo interdisciplinario. Tendrá que recuperarse artificialmente y sabemos que cuando el hombre interviene, lo hace a prueba y error, y habrá que usar muchas herramientas químicas.

-Y también se lleva la capa arable.

-Así es. Yo recuerdo cuando visitábamos la laguna de Melincué para estudiar lo que llamamos suelos A2, que es la banda blanca a los 20 cm de profundidad, porque el agua lavó toda la parte coloidal del suelo, con la arcilla y la materia orgánica. Cuando eso está húmedo, la raíz lo puede atravesar en busca de agua de más abajo, pero cuando está seco es una tosca. Hay mucho para investigar y para aprender, porque aún en épocas que llamábamos normales no alcanzábamos a entender el balance de micronutrientes, imagínate ahora, después de un anegamiento tan grande.

-Que no sólo se lleva la capa fértil del suelo sino que además arrastra algunos elementos indeseados como las malezas.

-Donde hay varias resistentes a agroquímicos, como el glifosato, y otras que aún no las conocemos y que pueden expresarse ahora, en estas condiciones. La correntada trae semillas de todo tipo de malezas y con qué las paramos.

-A algunas resulta difíciles controlarlas en situaciones normales.

-Sí, pero en ese sentido, hay cierta expectativa de que la agrobiotecnología, que tiene varios eventos en proceso de aprobación, puede darnos algunos materiales para contrarrestar al menos parte de los efectos negativos de las inundaciones. Hay algunos cultivos tolerantes a salinidad, a anegamiento, que pueden estar disponibles. Pero tampoco pensemos que vamos a poder sembrar soja al lado de la laguna. Hay sojas ensayadas con tolerancia a la salinidad y a la sequía, por ejemplo. En alfalfa, en cambio, estamos más débiles, porque es muy poco tolerante al anegamiento y en pocos días la planta muere y eso nos deja sin ganadería, también se va el tambo.

-Hay que ver, entonces, con qué se pueden reemplazar.

-Bueno, por eso es tan importante saber cómo están los suelos para ver cómo los recomponemos. Y después hay que ver qué especies vamos a implantar para ir colonizando el suelo con una sucesión vegetal que termine con especies productivas.

-En nuestra universidad se ha generado bastante conocimiento sobre pasturas para recuperar suelos salinos.

-Muchísimo. En un momento me tocó coordinar un proyecto del INTA para la zona de Laboulaye y Curapaligüe donde trabajábamos en conjunto con el grupo del ingeniero Alberto Cantero y el ingeniero Giayetto, que hacían estudios muy importantes sobre flora resistente a la salinidad y establecieron secuencias de implantación. Y hay que tener un cuenta que si se quisiera recuperar algo de actividad ganadera, que sería la actividad más lógica, la receptividad de esos suelos sería bajísima. Si el suelo se salinizó, eso va a “pelo de chancho” para seguir con agropiro, que lleva muchísimo tiempo implantarlo. Ojalá pudiéramos tener gramón, que consumiría agua de abajo y nos daría cobertura para impedir que la sal se adueñe de la superficie. Después tenemos cebadas que son más tolerantes que otros cultivos en zonas intermedias, pero conseguir implantar estas especies lleva muchos años.

-Años que se estaría en proceso de recuperación pero que no serían productivos.

-Si. También se ha avanzado mucho en lo que es la agricultura por ambientes, que se puede trabajar con una sonda que nos permite ver la salinidad, aunque no se pueda determinar exactamente cuánto tenemos, pero si ver a qué profundidad están las napas, la compactación del suelo, la porosidad. Pero pensemos que toda la microflora que le da fertilidad al suelo, queda destruida y también hay que recomponerla. Y para eso se necesita de botánicos que nos digan qué especies se pueden utilizar y para qué ambientes, porque si nos vamos para el este, hacia Santa Fe, tenemos unas condiciones de temperatura y humedad donde se pueden recuperar suelos con pasturas megatérmicas, y si vamos para el sur, para la zona de Villegas y Realicó, que tienen temperatura más bajas. Entonces hay que ir probando y adaptando, y eso lleva muchísimo tiempo. Todo nos lleva a un planteo interdisciplinario con especialistas de cada área.

-Y en muchos casos, en zonas donde nadie esperaba este fenómeno de las inundaciones.

-Bueno, yo recuerdo que cuando estuve en la cátedra del ingeniero Cantero, con Cantú, Estela Brichi y Víctor Becerra, que íbamos a hacer mapas de suelos al sur de la provincia y era como ir al desierto. Lo mismo en el sur de San Luis, por Buena Esperanza y Nueva Galia, y ahora cayeron 470 mm desde enero y normalmente les llueve 600 mm por año. Era un desierto y ahora no se puede transitar por el agua.

-Un panorama desolador.

-Así es y ojalá se cumpla la hipótesis de que el agua se va a retirar pronto, porque si no las consecuencias serán terribles, porque se corta la cadena de pagos, la gente tiene que dejar su actividad, como pasa con los tambos, y muchos emigrarán de sus pueblos hacia las ciudades, pero sin saber qué hacer. El INTA, por ejemplo, tiene el curso “El profesional tamberos” y formó verdaderos profesionales para el tambo. Pero cuando el tambo cierra, qué otra cosa sabe hacer bien esa persona. Tiene que empezar de cero.

 

La peor de las hipótesis

 

El problema sería todavía más grave, dijo el ingeniero José Marcelino, si se cumplen los pronósticos de algunos climatólogos que dicen que vamos hacia períodos más húmedos. “Eso complicaría todavía más las cosas”, afirmó.

Y puso como ejemplo el caso de los caminos en Córdoba, que tiene una red de 50 mil kilómetros. “Es prácticamente imposible que se pueda recuperar toda la red secundaria y terciaria para poder desplazarse normalmente, porque la época de trabajo coincide con la época seca y en ese momento no hay máquina que alcance para arreglar todo porque no tenemos la estructura necesaria”, precisó, para añadir que si el problema hídrico sigue todo será más largo y costoso, y con mayores consecuencias económicas y sociales.

 

Jorge Vicario

[email protected]