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Ganadores y perdedores tras la devaluación del peso

Hoy los tambos están con precios congelados o con mínimos aumentos desde hace varios meses

En el horizonte de 2018 se empiezan a perfilar tendencias, por ahora incipientes, para las distintas actividades agropecuarias. La devaluación del peso y la escasez de maíz, trigo y soja generan perspectivas alentadoras para la agricultura, mientras que el tambo y la ganadería de carne son esmerilados por los mismos factores.

La Argentina parece estar cambiando el modelo macroeconómico, alejándose del retraso cambiario de 2016 y de 2017. Por el contrario, parece orientarse hacia un esquema que evite el desequilibrio entre exportaciones e importaciones y que licue el déficit fiscal. Si esa tendencia económica se consolidara, se podría esperar una acentuación de los diferentes resultados que podrían generar la agricultura y las actividades ganaderas.

Por ejemplo, hoy los tambos están con precios congelados o con mínimos aumentos desde hace varios meses en las distintas zonas productivas del país, en torno de los 6,30-6,60 pesos por litro de leche, mientras que el maíz y los insumos dolarizados sufrieron incrementos superiores al 25 por ciento en las últimas semanas.

 

Falta de capital

 

Entretanto, la producción de carne vacuna tuvo un repunte de precios durante la semana pasada por la seguidilla de días de lluvia y por la imposibilidad de cargar hacienda en los campos, pero en el presente segmento comercial se perdió gran parte de lo ganado, al normalizarse los envíos a los mercados.

Antes de estos vaivenes, la actividad ganadera enfrentaba nuevamente la relación histórica entre el precio del kilo de novillo y la cotización del kilo de maíz: aproximadamente de 10 a 1, considerando los valores netos del cereal y del novillo.

La agricultura, en cambio, se benefició por la devaluación del peso y por el aumento de las cotizaciones de los granos en dólares, sobre todo del trigo.

Muchos productores mixtos quieren volcarse a esta actividad en el año en curso, pero enfrentan una barrera difícil de sortear: la escasez de capital circulante para cubrir todos los costos de implantación y de protección de los cultivos, luego de la magra cosecha gruesa. Ante ello, lo clásico es recurrir al crédito bancario y comercial, pero hay otras alternativas más creativas.

 

Salir de la rutina

 

Un ejemplo tomado de la realidad: el propietario de un buen campo agrícola de Rufino, en Santa Fe, y un contratista de labores suscribieron el siguiente acuerdo. El segundo le siembra 800 hectáreas de soja sin cargo al primero, quien le cede 100 hectáreas al contratista, en las cuales desarrolla un planteo propio de siembra y cosecha. Es decir, volvió el trueque.

El propietario se beneficia al no pagar las labores de siembra, aunque pierde el 12 por ciento de la superficie agrícola, debe comprar la semilla y proteger y cosechar los cultivos. Así, reduce sus necesidades de financiamiento bancario o comercial y trabaja con un operador conocido.

El contratista, en tanto, se asegura trabajo para su parque de maquinaria y sabe dónde invierte los fondos que tiene.

Para hacer el acuerdo “paga” con las labores 6400 pesos por hectárea, que es un poco menos que el equivalente a 9 quintales de soja por hectárea. Este valor surge de multiplicar 800 pesos por hectárea, que es lo que se cobra por la operación de siembra en la zona, por 8 hectáreas que trabaja por cada una que cultiva por su cuenta.

Carlos Marin Moreno – LA NACIÓN