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Romper mercados nunca es una salida hacia el crecimiento

El Gobierno parece empecinado desde hace tres años en romper los mercados agropecuarios aunque las consecuencias hasta aquí fueron las previsibles: peores resultados en las producciones y tendencias que empiezan a ser cada vez más preocupantes por el agregado de un clima que no da tregua con una sequía profunda y sostenida en casi todo el país.
Esto implica que hoy las reglas de juego y las condiciones climáticas avanzan en bloque a contramano de la expansión productiva. Sobre las segundas, los productores tienen generaciones de experiencia en sus espaldas y avanzaron de la mano de la tecnología y el manejo para poder al menos contrarrestar los efectos. Pero la imprevisibilidad de las primeras se volvió dramáticamente más significativa.
El Estado sigue golpeando su cabeza contra un paredón sin aprender ni sacar ninguna conclusión sobre los problemas que eso genera en el conjunto de la sociedad. Insiste con intervenir mercados, cambiar reglas de juego, entrometerse sumando más burocracia a los procedimientos, fijando condiciones inentendibles y alterando la relación lógica de integrantes de las distintas cadenas. Desordena y genera un caos donde debería haber orden y fluidez.
No contento con la práctica de estos 36 últimos meses, esta semana el ministro de Economía, Sergio Massa, anunció un nuevo período para el dólar soja que genera una enorme inequidad entre quienes pueden aprovecharlo y quienes no, pero además, entre diferentes eslabones de la cadena de la oleaginosa porque claramente es un traje a medida para los sectores exportadores. Es tal la distorsión provocada que el propio funcionario advirtió a las pocas horas de lanzar la medida que debió llamar a una empresa multinacional para “romper el mercado”. Con eso sugirió que hubo un pedido del Gobierno a la compañía para que elevara el precio que se estaba pagando en la plaza por la tonelada de soja, debido a que finalmente el productor estaba recibiendo menos de lo prometido. La ecuación es simple porque los agricultores son miles atomizados en todo el territorio nacional y las empresas exportadoras son una docena. Esa posición dominante les permite fijar condiciones que esta semana volvieron a quedar expuestas. El Gobierno debió llamar a una de ellas para resolver la situación. Es decir, ya no sólo rompe mercados con acciones directas sino que avanza ahora con intermediarios para lograrlo. Ahora lo hizo para subir precios, pero podría hacerlo para bajarlos. Seguramente el sueño original de Vicentín iba en esta dirección.
Pero más allá de este episodio, el Gobierno sigue actuando sin horizonte, sin mañana. Permanece encerrado en el hoy y quita cualquier intento de previsibilidad a quienes necesitan proyectar hacia adelante por las condiciones inherentes de su actividad, como la agropecuaria. Puso el dólar soja a modo de excepción en septiembre, lo extendió hasta el 3 de octubre, luego las cotizaciones volvieron hacia atrás hasta que esta semana relanzó la misma medida. Antes a 200 pesos por dólar y ahora a 230 pesos. En 90 días, múltiples escenarios. Así es demasiado complejo para quien intenta producir y generar trabajo de manera genuina.
¿Se puede pensar en que alguien invierta bajo estas condiciones de cambio permanente? No se logra entender que ganando en previsibilidad y creando un clima de negocios próspero se podría generar un círculo virtuoso en el que naturalmente la torta se agrande, algo sobre lo cual hace mucho tiempo que el país no discute y parece ser algo ausente en la agenda de quienes conducen o intentan hacerlo a futuro.