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El conocimiento como pilar central para la toma de decisiones

Una de las mayores expresiones de soberbia que suele escucharse a menudo en la clase política está vinculada a la argumentación de problemáticas complejas sin contar para ello con un mínimo de elementos básicos ni del conocimiento técnico y científico para realizarla. Se ve a menudo que funcionarios encumbrados en altos cargos públicos dan explicaciones de las más diversas temáticas, con dudosa solidez, y que en muchos casos se transforman en lamentables pasos de comedia. El efecto sequía sobre los nutrientes del suelo podría inscribirse sin demasiado esfuerzo en ese marco.
Nadie en su sano juicio podría esperar que un dirigente, por importante que sea, tenga el máximo conocimiento de una abanico amplio de temas. Para eso debe tener la suficiente capacidad de formar sólidos equipos por temática. Le ocurre a cualquier dirigente, aún de organizaciones y entidades privadas.
Sin embargo, la tentación de aparecer sin fisuras, con un saber amplio, profundo y diverso como una virtud innegociable, suele ser más frecuente o al menos más visible en la función pública.
Ese rasgo acrecienta de manera desmedida los márgenes de error a la hora de tomar decisiones. Suponer conocimiento se asemeja a transitar con un GPS cambiado.
Por eso, del otro lado, quienes conocen de verdad el trazado no comprenden qué lo guía al que toma decisiones. En las últimas décadas, la Argentina fue acumulando políticas en materia productiva y agropecuaria que la fueron alejando cada vez más del camino lógico que un país con enorme potencial en ese rubro debía tomar. Hoy esa distancia perdida se observa al contraponer las posiciones con otros competidores en el mundo.
Las trabas a las exportaciones vacunas con los 7 cortes que siguen siendo exclusivamente para el mercado interno fueron desde siempre un contrasentido, pero más aún en un contexto de dificultad extrema como la que vive la cadena de la carne vacuna en el país, con muchos de sus eslabones que tienen prolongadas ecuaciones en rojo.
Sobre las retenciones ya se escribió mucho y se advirtió el retraso de la agricultura del país frente a otros, como Brasil. Pero la toma de decisiones sin tener en cuenta las opiniones de los especialistas continuaron, siempre priorizando el corto plazo y tirando por la ventana el largo plazo, característico de la esencia agropecuaria. Las versiones del dólar agro, ahora con su capítulo sobre el maíz se inscriben dentro de esa lógica en la que las medidas ignoran o menosprecian los negativos efectos colaterales que afectan a miles de productores de distintas ramas: en este caso los ganaderos, porcinos, ovinos, avícolas, tamberos y hasta la industria del etanol. Se advirtió cuando era solo un rumor y luego se planteó cuando se conoció el anuncio. Hoy los resultados están a la vista.
La semana pasada tomó trascendencia pública el cierre de un nuevo tambo, en Colonia Prosperidad, pegado a San Francisco, en el corazón de una de las cuencas lecheras más relevantes de Sudamérica. La vigencia del Dólar Maíz fue la gota que rebalsó el vaso de esa empresa.
A horas ya de comenzar a transitar el proceso electoral que desembocará en la elección del nuevo presidente de la Nación es oportuno remarcar una vez más la necesidad de que quienes toman decisiones a diario en la Argentina sobre temáticas que alcanzan a miles y miles de personas, lo hagan en base a un conocimiento acabado que logre captar los señalamientos de quienes son más competentes en cada tema. El campo viene advirtiendo desde hace dos décadas los perjuicios de la mayoría de las medidas adoptadas para el sector, pero aún así se insiste en ir contra la corriente, frenar el despegue y postergar el crecimiento que tanta falta hace en el país.