Desde hace más de un año, el escenario para los productores agropecuarios no hizo más que agravarse. La dramática sequía que azotó sin distinción a todo el territorio nacional, siendo una de sus características distintivas frente a otras que se recuerdan en las últimas décadas, generó pérdidas de producción superiores al 50% en muchos lotes y eso puso en riesgo la continuidad de muchas empresas agropecuarias, la mayoría de las cuales son familiares. A los ganaderos no les fue mejor, por el contrario, debido a esa falta de lluvias las pasturas fueron severamente afectadas y el alimento para los rodeos hubo que buscarlo tranqueras afuera, a un costo mucho más elevado. Pero esa imagen, lejos de quedar en el pasado, persiste y se prolonga porque los efectos del anunciado Niño siguen sin aparecer. No hay recarga de los perfiles y hoy las sembradoras, que deberían haber intensificado ya su trabajo, continúan en pausa. Eso no hace más que extender la agonía e incrementar las complicaciones que empiezan a ser nuevamente productivas a medida que el calendario avanza y las labores se demoran.
En Río Cuarto está cerrando septiembre con una marca de 13 milímetros que se suman a los 4 de agosto según la estación meteorológica del Ministerio de Agricultura provincial, lo que da una idea de lo que ocurrió en los últimos 60 días en la región.
En ese contexto empiezan a sumarse externalidades de una situación general del país que agregan dificultades. En primer lugar, los productores llegan al inicio de la campaña con ecuaciones económicas en rojo y sin posibilidades de tener acceso a líneas de financiamiento razonables. No hay crédito para comenzar un ciclo que debería ser de recuperación para la enorme mayoría.
Pero además se arrastra un contexto en el que los insumos son difíciles de conseguir y los que están disponibles tienen valores siderales. Ni que hablar si lo que se necesita es un repuesto de una maquinaria.
El proceso inflacionario corrió a una velocidad que no se pareció en nada a los magros ingresos de los productores durante el último año. El ejemplo del tambo y la leche es un caso paradigmático: mientras al tambero le pagan por debajo del nivel inflacionario general, los productos lácteos aumentaron por encima de ese promedio para el consumidor.
La inflación es un problema central que poco se hace para resolverlo, muy por el contrario. Es el argumento central además del aumento constante de pobreza e indigencia que volvió a registrarse en el primer semestre del año y que continuará cuando se conozcan los datos de esta segunda mitad de 2023, dato que saldrá en marzo, con un nuevo Gobierno. Los fogonazos inflacionarios son la raíz del incremento de la pobreza. Y el que se dio en agosto, por la devaluación, se reflejará recién en el próximo informe del Indec.
A esta altura ya no es discutible que la expansión monetaria sin un correlato en la demanda de dinero es la causal central de ese proceso que erosiona ingresos y hunde cada vez más gente en la pobreza. Sin embargo, no hubo hasta aquí voluntad política por ordenar las cuentas. Más bien el Gobierno se dedicó, envalentonado por el clima electoral, a acelerar la distribución de dinero a través de una serie de anuncios que se multiplicaron en las últimas semanas. Eso es la garantía de que habrá cada vez más inflación y más impacto social, aunque en un primer momento ese reparto se valore como una compensación. No se terminará la inflación sin orden en las cuentas fiscales. No se terminará la inflación si no hay una mayor responsabilidad en el manejo de las cuentas públicas.
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