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Bajar la tensión también tiene que ser un objetivo imperioso

Argentina transita uno de los momentos más difíciles de las últimas décadas, fruto de un cúmulo de malas decisiones de las cuales muchas estuvieron destinadas al campo y la agroindustria, a los que lejos de apuntalar y fomentar como en países vecinos, se los colocó como centro de ataques y objeto de esquilmación constante. La resultante fue que uno de los sectores más competitivos de la economía nacional fue perdiendo terreno y así su potencial fue quedando cada vez más lejos de la realidad productiva.
A su vez, esos recursos no se volcaron claramente en mejores servicios del Estado ni en más infraestructura. Fueron cientos de miles de millones de dólares que no mejoraron las condiciones del país ni sirvieron a los productores para avanzar más rápido en equipamiento, tecnología e inversiones en general.
Finalmente, una economía tambaleante tuvo, en un año de feroz sequía, un punto de inflexión. Las consecuencias son visibles, con un dramático escenario social que tiene a más de la mitad de los argentinos sumidos en la pobreza.
Frente a ese estado de cosas, buena parte de la dirigencia nacional parece aún no conectar con la realidad y mantiene actitudes que, lejos de aliviar y distender, opta por tensar más la cuerda.
La realidad nacional obliga, por su gravedad, a deponer posiciones de confrontación constante que tengan como finalidad única generar crispaciones. Si algo no necesita la Argentina hoy es más problemas que los que supo acumular.
La hora reclama esfuerzos para encontrar puntos de apoyo, de coincidencias, para empezar a tejer un camino de salida que vuelva a generar esperanzas. No es lo que se vio hasta aquí en los casi 75 días del nuevo gobierno, ni antes.
La confrontación, tan propia de las campañas electorales, se mantuvo luego del 19 de noviembre en que se resolvió el balotaje. En general, tanto el oficialismo, desde el propio presidente Javier Milei, hasta la oposición, mantienen un intercambio de cuestionamientos y descalificaciones que están lejos del camino de las soluciones que el país necesita.
Abandonar la lógica de amigo-enemigo también es un cambio que la población votó en 2023; sin que eso implique dejar de lado las diferencias que, como en todo sistema democrático, son saludables y necesarias. Sin embargo, cuando esas diferencias desconocen límites y dejan de ser el condimento para ser la sustancia última, las soluciones que requieren acuerdos mínimos se alejan.
Esto es así especialmente en momentos en los que la tensión social parece que comenzará a trepar, como promete el escenario nacional de estos días bajo el calor de la pérdida de poder adquisitivo, especialmente de trabajadores y jubilados. Sumarle más ruido a ese escenario no parece ser la mejor opción.
En este sentido, y después de la tormenta que cubrió la relación entre el Gobierno y los gobernadores, en particular desde la caída de la Ley Ómnibus, la vuelta al diálogo expuesta durante esta semana, al menos con un grupo de mandatarios provinciales, muestra que hay algunos puentes aún transitables y que pueden convertirse en caminos de salida.
El escenario es demasiado complejo como para distraer energías en batallas políticas secundarias que en nada aportan a la solución de los muchos problemas que aquejan a los argentinos. Por eso, sosteniendo discrepancias, intentar encontrar puntos de coincidencias es hoy uno de los desafíos más complejos que la dirigencia en general debe buscar. El tiempo que demande esa búsqueda, también explicará una parte importante de los resultados finales.