La actividad agropecuaria fue gravemente afectada durante el último año por una de las peores sequías de la historia que terminó arrojando consecuencias impensadas a cada uno de los productores alcanzados por esta situación, a las localidades en las que viven y finalmente a la Argentina toda. El fenómeno climático tuvo esta vez otra particularidad inusitada: fue general y casi no dejó zonas sin golpear. Aún hoy, entidades como las bolsas siguen ajustando a la baja los términos de producción y de ingresos de divisas, al tiempo que advierten que el fenómeno de La Niña, si bien concluyó, sus efectos continúan porque las lluvias no aparecen en buena parte de la geografía nacional. Eso, además de extender y profundizar el impacto, condiciona el futuro ya que para la campaña de trigo cada semana hay una menor intención de siembra. La agonía se prolonga.
Menos cuantificable aún, aunque evidente, es el efecto sobre otras producciones como las ganaderas. La falta de alimento para los rodeos es un problema sin solución y su impacto en los costos productivos resultó para muchos imposible de afrontar. Un más rápido desprendimiento de los animales generó una sobreoferta que agregó dificultades por ejercer como dique de contención de los precios en un proceso inflacionario cada vez más elevado. El resultado final mostró un precio real de los animales en caída con costos en alza.
Dentro de la ganadería, los tambos fueron un capítulo especial, como casi siempre. Padecieron como los demás sectores ganaderos los efectos sobre los costos de la alimentación pero sumados a los problemas estructurales de una cadena productiva que sostiene un proceso de concentración en el eslabón primario mostrado por la menor cantidad de establecimientos con un volumen de producción que se sostiene o crece levemente. Claramente no hay un impulso con políticas que alienten más inversiones para generar más leche y exportaciones como sí ocurre incluso en países vecinos. El tambero hoy, y desde hace años, tiene la misión de sobrevivir.
En este contexto de sequía extrema, ese objetivo se volvió mucho más complejo aún.
Frente a esto, el Gobierno generó una ayuda a comienzos de años que denominó Impulso Tambero. Lo hizo el 6 de enero desde Villa María, con la presencia del ministro de Economía Sergio Massa. Presentó un esquema de transferencia a los productores de hasta 5 mil litros para que puedan costear en parte la alimentación de los rodeos, ante la falta de pasturas, y evitar el quiebre de la cadena. Fueron finalmente 5 cuotas las que se anunciaron de las cuales se terminaron pagando a la fecha 4. Esta semana se presentó una nueva versión del plan bajo el nombre Impulso Tambero 2 que amplía el rango para recibir la ayuda a los 8 mil litros y el monto mensual hasta los $800 mil.
En la emergencia, cualquier tipo de ayuda para sectores productivos tan castigados son bienvenidas, pero de ninguna manera pueden constituir un motivo de celebración. En la Argentina las políticas tienden a concentrarse en el punto previo al estallido, sosteniendo el deterioro pero intentando que no de el paso final. Es la lógica de los planes sociales, de las ayudas a sectores productivos en crisis. Naturalmente que pueden constituir una herramienta válida para una coyuntura de gravedad extrema, pero en Argentina se volvió una regla, una constante.
En la medida en que los Gobiernos sigan más tiempo preocupados exclusivamente en sostener el deterioro y no en generar políticas de crecimiento y desarrollo para fomentar inversiones, producción y empleo genuino, la urgencia será la constante y el futuro seguirá inalcanzable.
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